25 abr 2010

Episteme Excelsa

“concebir un pensamiento, un sólo y único pensamiento, pero capaz de destruir el universo”
Emile Cioran
“ Lo he conseguido”. La inestable silla deja de moverse por completo, poco visible por los pequeños rastros que permiten las esquinas de la antigua puerta, pero si audible, con ese particular chirrido, tan comúnmente escuchado en aquella casa, la misma casa, ahora casi abandonada, casi vacía, llena de profundas grietas y una sutil capa de polvo que ampara a la dejadez de esta fútil escena. Gottfried sale apresuradamente de aquel muladar, cruzando con tal agilidad los obstáculos dejados por él mismo en su estancia en aquel cuarto, algunos cuantos platos de comida, cajas llenas de papeles, un espejo roto, una pintura sin concluir que presentaba un amanecer calando a los ojos de un hombre absorto y una maleta de equipaje mediana, de esas que se llevan en la prisa; sus pasos, aun más apresurados que de costumbre, denotaban una singular premonición de lo que el viejo había presenciado, o tal vez más ridículo, de lo que pasaría.
Edith ya lo conocía, ya le era usanza cada gesto, cada palabra escondida entre esas miradas al horizonte, y, a priori, sus sentimientos de acuerdo al momento. Pero hoy no, este no fue como todos los días, no se repitió aquella recurrente escena, una ama de llaves viendo a un hombre de edad abalanzarse al escritorio para pensar aquello sin nombre; sin dudas importante, ya que sería en lo que permanecería recluido durante estos últimos meses .En cambio, esa madrugada, aquel hombre saldría con la prisa que solo la muerte lleva en sus venas. Como era costumbre, no le era permitido preguntársele nada a Gottfried Splenger, y esta no era la excepción; salió, tan poco calmo, tan ansioso, que su compañera de casa y hermana de sangre apenas lograría divisar en su rostro aquella expresión que vio solo antes que el apático hombre de ciencia entrara al cuarto para perderse entre pensamientos, como si aquel lugar estuviera embrujado por lo aciago, donde conteniéndose poco a poco aquellas emociones, fueran atadas al terreno y luego liberadas al salir de este, dichas en un solo instante fugaz. Y allí Flavius J. Gottfried Splenger, el mismo aquel que ganase el Honoris Causa en merito a su genialidad en los campos de ciencias exactas y filosofía una endécada atrás, dejaba la casa, que hacía meses la pobre mujer había desistido de arreglar.”¿Cómo estas Flavius? Solo tres palabras que con poca seguridad fueron susurradas rompiendo el silencio tan común en el lugar, tan desolado que aquel apenas perceptible murmullo fue retumbando hasta los oídos agudos del profesor, por lo general agradable personaje pero hoy lleno de una paz casi apática, solo responde con un gesto por demás amorfo percibiendo aquel anormal reconcomio.
Con un paso en naturaleza acelerado, adelanta a la gente como un espectro que se aleja de su fin, tan solo revisa el reloj, y para un momento revelando su impresión de verse tan poco humano en aquel reflejo ostensible, reconociendo aquí a otra persona, tal vez una pesadilla, algo en lo cual no quería convertirse, pero que en este momento no le importaba y mucho menos iba tener cabida para alguna al menos pueril reflexión. Ahora cuando apenas se asomaban algunos rayos del astro, llegaba al frente de la sociedad de ciencias, a la biblioteca adyacente, y entraría al lugar en el que paso tal vez su vida entera, liando tantos parádigmas, para que aquel día, no llegara allí para buscar conocimiento, sino para darlo.
“Plutón se ha apoderado de tu rostro” dice con el tono satírico tan común en él. Kirk, ahora director de la Biblioteca Nacional de Austria, palidece totalmente al ver como su compañero de tantos estudios reaparece de un prolongado letargo sin musitar palabra alguna y tan solo con una intención en sus ojos, pero tan grotesca que es poco reconocible, y aun así temible. Lo deja seguir, no impide nada en su viaje, ya que sabe que nunca podrá impedir el final, y tan acechante como aquel león entre el espeso boscaje de la tundra, saboreando retroactivamente aquella gamuza que la fiera bestia siente en el aire en desagradable bálsamo del colofón ardiente entre las paginas del universo; el demacrado hombre de deslucidos ojos y macilento aspecto obtiene de tan conocido estante un epítome escrito en letras orientales, de las que ya era conocedor, pues además de sus prominentes habilidades con los requerimientos del pensar, tenía en su haber tal vez un endecágono de lenguas que hablaba y entendía a la suma delicadeza, así mismo había tenido frecuentes viajes en su juventud a tierras de Asia, donde se había enamorado fervorosamente de los manuscritos bucólicos y su inconmensurable belleza, las tardes de primaveras entre cerezos en flor eran para él recuerdos que lo llevaban a mirar estas jornadas con singular aprecio.
Facilitó una hoja de papel, y sacó una plumilla de su gabán, tan solo para escribir dos o tres ideogramas en aquel fragmento, salió con la misma prisa que llevaba anteriormente, para más adelante encontrarse en un lugar admirable, la utópica esfera idealizada entre sus más atómicas aspiraciones, el amanecer que siempre había sublimado, la pintura que no había concluido. Y justo en ese lapso temporal todo empieza a tener el sentido, la finalidad del fin, el amanecer del fin.
Incontinenti de dos horas, un retrogrado gesto demostró aquella patidifusa estancia del hombre que encuentra la verdad, incapaz de callarla, tan solo un transmisor de lo eterno, de lo inmutable, indirigible, una fuerza inteligente, aquella mónada impalpable que genera todo lo reconocible. Esta perfecta conmoción, que hasta ahora era apenas imaginable en las ociosas mentes de los mas grandes. Y entonces, justo en ese instante, no era más una necesidad, era algo mayor, era la voluntad humana superpuesta en aquel grabado. ¡oh! tan orónimo paisaje de tantas inquietes que se generan en un destello formador del cosmos; Aquel momento, podría el mundo resumirse en un instante, y el universo en un hálito, del cual la verdad sería la cumbre, y este el abismo, el límite donde la existencia desaparece pero se cultiva ahora más. La hemianopsia ha desaparecido de la mortalidad, y se erige los campos de la verdad cosmogónica. Ahora es tiempo de llevar al mundo la verdad, conocer el infinito, los pasos más tranquilos que antes, lo llevarían a la sociedad de ciencias, dejó una carta y salió en presura hacia su domicilio.
Tres semanas después el profesor recibe la invitación a exponer aquello que desde el primer momento sería de la total atención del mundo científico, la recibe con una simple sonrisa, ya que los días anteriores solo se había dedicado a contemplar hermosos paisajes y plasmarlos, también a terminar algunas inconclusas acciones.
Al momento de entrar Flavius Josefus Gottfried Splenger a la audiencia de la academia de ciencias, el silencio paralizante se apodera del recinto, un sórdido e inapelable silencio, pronunciando en gritos oscuros la veracidad e importancia del momento. Al llegar al estrado el maestro, empieza a dirimir su mensaje:

“Queridos compañeros de tan apreciable labor, es para mi una incondicional carga lo que desde hace tal vez un mes llevo a mis espaldas, y se que para ustedes ha sido de alguna u otra forma controversial, pero que en verdad, no se puede ya declinar, ya que desde un mismo momento la decisión estaba escrita en los términos mas profundos del ser en sí. El secreto, el misterio, lo indefinido, el problema máximo y solución de todo lo que es y no es, el porque ser, los fundamentos, las bases, los estamentos, las condiciones, las acciones, las delimitaciones y argumentos, las tesis, las antítesis, las síntesis, lo que es y no es, lo que forma parte de cada uno, de todos y de ninguno, la extracción del tiempo, del espacio, de la mente y lo palpable, lo que forma lo inimaginable, lo etereo y eterno, acaece a cada cuerpo y en el cuerpo se forma, los números, las cifras, los limites y el infinito, el derivar lo supremo y llegar a las conclusiones mas exactas de que es, acabar por completo con todo lo que significa preguntarse, llegar a una respuesta suprema, ¡llegar a la verdad!.... pero es indecible en voz audible, solo miren lo que escribiré...”

En ese instante, como si todo fuera un simple dibujo, y aquel pintor decidiera deshacerse de lo que no le gusta, los puntos máximos, cada partícula aun la mas mínima del universo, empezó a crearse en dualidad, a deformarse y tal cual degradable figura, desaparecieron de entre el cosmos toda ley y toda fuerza, poco a poco como si fuera un hoyo negro, un punto obscuro generado en la garganta de Flavius empezó a expandirse y a generar campos ilógicos, en los cuales se veía lo imperceptible, y todo en si tendía a cambiar, porque en sí su principio era desaparecer.
En pocos segundos aquel hoyo seria tan intenso que transformaría Viena en un simple símbolo de la nada, y así al momento, la destrucción inminente del universo se hizo presente, y se dio la calma, aquella paz casi apática que creo el ultimo gesto amorfo, aquel amanecer del fin, seria noche, mía es la noche de lo incierto.

“Esta noche oscura La cubierta del calendario llega a su fin”
Yosa Buson (poeta japonés)

Anexo : “nota escrita por Gottfried “
Cara 1:
“ las galimatías de lo excelso, aquello que no se permite decir, ya que no se conoce, son ahora un idioma entendible para mi…
Yendo a mirarlas, Las flores del cerezo en la noche Se han convertido en fruto.
La primavera se aleja Duda En las tardías flores del cerezo
Murió el ciruelo y sus flores ¡El sauce en su soledad!.
Esta noche oscura La cubierta del calendario llega a su fin”
Cara 2:
“no se en que momento todo ocurrió, solo se que la decisión tomada desde entrar a aquel cuarto es la misma que hoy tomaré, que Dios nos proteja de la muerte de la necesidad”

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