30 sept 2012

Iré.


Dos casas, un terreno baldío, un cuarto y mis herejías. De tanto separar ya no sé cuánto es cuánto.  Definitivamente la lucha está hecha para los perdedores, la guerra para los victoriosos, la noche para los escurridizos y nada para mí, si no soy.
Son dos grietas más de las que había contado la última vez.
Tres días antes.
Inexplicablemente las preguntas se alzan ante mí y sin aún detenerme a pensar si las acepto me carcomen, no soy libre, la verdad no me hace libre, soy esclavo de lo que pienso, de lo que dudo.
El mundo dejó atrás la poesía, de a pasos, de a poco. Ya no hay espacio para dejarse ir, para olvidarse del yo y rendirse al espíritu de todo, no veo forma, no hay camino. Dime Frost, ¿qué harás cuándo tu bosque ya no esté? ¿qué camino escogerás? No debo pelear con los libros.
A parte del serio ejercicio de burlarse de la coherencia, no veo más propósito en este retrato que deformar la escena a gusto, no hay mejor manera de describir las cosas que como lo haría un espejo curvo, sin contar toda la verdad, penetrando en el misterio y tomando elementos de la gran mentira. El mundo es curvo.
Una araña se pasea por la esquina, envolviendo un insecto que asemeja a una libélula, viendo su muerte tan esperada por varias horas. Yo la veo, escucho el chillido de la puerta y me alejo. Siete pasos escondidos en la ignorancia de las líneas, en la comodidad de los ojos del extraño, en el pensamiento buscando la luz del mundo, avaricia intelectual.
Es el cielo tan claro, pasan tres autos, tan fríos que puedo dudar de los hombres que los manejan, cruzo, camino de nuevo, esta vez las líneas son para mí primordiales. Jugar a ser niño sin que nadie lo note, ser adulto.
Ver la pared corroída, las flores que caen en la enredadera, asesina meticulosa de una pequeña rama que ladea el conjunto, justo antes de llegar al vomito que nadie quiso recoger… la terrible manía de querer pensar en el paso del tiempo olvidándome del tiempo mismo. No piso las líneas.
Un zapato desamarrado y nuevamente las flechas dibujadas en las tapas de alcantarilla, no necesito indicaciones, sé a dónde me dirijo, lo sé tanto que ni necesito recordarlo. Es la etiqueta de la nimiedad la que me permite olvidarme de las líneas del frente para pasar a pensar estupideces.
El primero que llegue a casa, gana. ¿Saben lo doloroso de recordar un sinsentido? Más pasos, un anciano, dos mujeres gesticulando con sonidos ya grotescos. Pasa una bicicleta y luego la eterna fila de un minuto. Esa mujer otra vez, no daré las gracias si no hay una sonrisa.
Pasar, subir, entrar, salir, correr, caminar, correr, pensar, esperar, olvidar, decidir, retractarse, esperar, entrar, leer, pensar, salir, caminar, pensar, observar, caminar, hablar, entrar, salir, caminar, llegar. Ya no hay insecto, solo una bola blanca. Recuerdo la grieta en la fachada, la caída del hombre y el retraso en la reparación. Timbro. La puerta suena, esta vez con más fuerza pero más opaca. Es el carro que pasa al fondo y hace sentir alejado todo lo demás. No hay más ruido en la ciudad que la cabeza en un silencio. Pensar en nunca hacer lo mismo. Hacer lo mismo. No hacerlo igual. Qué penosa analogía, que fútil síntesis, que vacilación.
Escribiré como cuando cae la hoja silenciosa en el bosque ya tallado. No hay más caminos ya que vimos el final. No lo hice.

7 may 2012

Método.


Qué entiende quien ve de lejos un bosque?
Entiende más quien se adentra y se funde con él
El que se pierde en sus árboles y conoce sus hojas
El que se olvida del afuera, del mundo y puede vivir bosque
Ser bosque
Morir bosque y renacer como hombre
El que se funde y es uno con la complejidad, ese la entiende porque solo necesita entenderse a sí mismo.