Dos casas, un terreno baldío, un cuarto y mis herejías. De
tanto separar ya no sé cuánto es cuánto. Definitivamente la lucha está hecha para los
perdedores, la guerra para los victoriosos, la noche para los escurridizos y
nada para mí, si no soy.
Son dos grietas más de las que había contado la última vez.
Tres días antes.
Inexplicablemente las preguntas se alzan ante mí y sin aún
detenerme a pensar si las acepto me carcomen, no soy libre, la verdad no me
hace libre, soy esclavo de lo que pienso, de lo que dudo.
El mundo dejó atrás la poesía, de a pasos, de a poco. Ya no
hay espacio para dejarse ir, para olvidarse del yo y rendirse al espíritu de
todo, no veo forma, no hay camino. Dime Frost, ¿qué harás cuándo tu bosque ya
no esté? ¿qué camino escogerás? No debo pelear con los libros.
A parte del serio ejercicio de burlarse de la coherencia, no
veo más propósito en este retrato que deformar la escena a gusto, no hay mejor
manera de describir las cosas que como lo haría un espejo curvo, sin contar
toda la verdad, penetrando en el misterio y tomando elementos de la gran
mentira. El mundo es curvo.
Una araña se pasea por la esquina, envolviendo un insecto
que asemeja a una libélula, viendo su muerte tan esperada por varias horas. Yo
la veo, escucho el chillido de la puerta y me alejo. Siete pasos escondidos en
la ignorancia de las líneas, en la comodidad de los ojos del extraño, en el
pensamiento buscando la luz del mundo, avaricia intelectual.
Es el cielo tan claro, pasan tres autos, tan fríos que puedo
dudar de los hombres que los manejan, cruzo, camino de nuevo, esta vez las líneas
son para mí primordiales. Jugar a ser niño sin que nadie lo note, ser adulto.
Ver la pared corroída, las flores que caen en la enredadera,
asesina meticulosa de una pequeña rama que ladea el conjunto, justo antes de
llegar al vomito que nadie quiso recoger… la terrible manía de querer pensar en
el paso del tiempo olvidándome del tiempo mismo. No piso las líneas.
Un zapato desamarrado y nuevamente las flechas dibujadas en
las tapas de alcantarilla, no necesito indicaciones, sé a dónde me dirijo, lo
sé tanto que ni necesito recordarlo. Es la etiqueta de la nimiedad la que me
permite olvidarme de las líneas del frente para pasar a pensar estupideces.
El primero que llegue a casa, gana. ¿Saben lo doloroso de
recordar un sinsentido? Más pasos, un anciano, dos mujeres gesticulando con
sonidos ya grotescos. Pasa una bicicleta y luego la eterna fila de un minuto.
Esa mujer otra vez, no daré las gracias si no hay una sonrisa.
Pasar, subir, entrar, salir, correr, caminar, correr,
pensar, esperar, olvidar, decidir, retractarse, esperar, entrar, leer, pensar,
salir, caminar, pensar, observar, caminar, hablar, entrar, salir, caminar,
llegar. Ya no hay insecto, solo una bola blanca. Recuerdo la grieta en la
fachada, la caída del hombre y el retraso en la reparación. Timbro. La puerta
suena, esta vez con más fuerza pero más opaca. Es el carro que pasa al fondo y
hace sentir alejado todo lo demás. No hay más ruido en la ciudad que la cabeza
en un silencio. Pensar en nunca hacer lo mismo. Hacer lo mismo. No hacerlo
igual. Qué penosa analogía, que fútil síntesis, que vacilación.
Escribiré como cuando cae la hoja silenciosa en el bosque ya
tallado. No hay más caminos ya que vimos el final. No lo hice.
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